Durante años, en cada transformación ágil en las que hemos participado, parecía haber un territorio al que nadie quería entrar. Un lugar donde la flexibilidad no tenía cabida, donde las decisiones ya estaban tomadas desde el trimestre (o año) anterior, donde todo se medía en desviaciones y márgenes, y que marca de una manera muy fuerte lo que se puede y no se puede hacer de antemano. Ese lugar era —y sigue siendo— el presupuesto.
Esta charla nace del momento en que decidimos cruzar esa línea. No porque alguien nos lo pidiera, ni porque fuera el paso lógico, sino porque es inevitable. Tarde o temprano, toda conversación sobre agilidad real termina topándose con el modelo financiero. Y ese día, más que aplicar un marco, toca desenterrar una estructura que se defiende sola: silenciosa, precisa, inamovible.
No fue bonito. Fue doloroso. Pero fue necesario.
Lo que aquí compartimos no es un caso de éxito, ni una receta replicable. Es un relato en voz alta de lo que pasa cuando agilidad y presupuesto se sientan a la misma mesa —con todo lo que eso implica—. De las conversaciones difíciles, los malentendidos inevitables, los cambios que no llegan desde el convencimiento, sino desde la incomodidad compartida.
Hablaremos de cómo se abre una grieta.
De cómo se mantiene abierta.
De qué se pierde por el camino.
Y de lo que se gana cuando, por fin, alguien en finanzas te dice: “Quizá… tenga sentido lo que propones.”
No traemos milagros. Traemos experiencia.
No venimos a evangelizar. Venimos a confesar.
Y sí, lo hicimos con cariño. Pero también con un par de preguntas incómodas y muchas horas de Excel a nuestras espaldas.